jueves, 11 de marzo de 2010

Tristeza caribeña.

Los cubanos cargamos con un estereotipo que a veces pesa como un estigma. Para el mundo somos una especie que se resume en ron, alegría y baile. Un pueblo capaz de soportar medio siglo de dictadura riendo, que prefiere como solución arrollar tras una conga que nos aleje de los problemas, lejos de casa, de los tuyos, de todo.

Ahora la muerte empieza a identificarnos. Locos, disidentes, sueños, todos muertos. La manta de la decadencia parece habernos vencido. Si antes nos reíamos de cualquier desgracia, recientemente solo encontramos respuestas en la posibilidad de morir. La vida se ha convertido en nuestra única moneda de cambio. Dejamos de vivir para que nos escuchen, obtener derechos o simplemente concluir el martirio.

Otra maldición azota a la isla. Desde que al símbolo de la dictadura le estallaron las entrañas de tanto odio, la podredumbre de su patético final ha ensuciado a la sociedad cubana. Mientras que el viejo dictador balbucea incoherencias, el sentimiento de destrucción cala el alma nacional quizá como otra forma de manipulación soez. El único futuro que aparece en la sociedad cubana, paradojalmente, es la muerte como una posibilidad de cambio.

Recientemente he leído – en el blog de Ichi - cartas de feroz tristeza, de un desprecio total hacia la propia existencia. Finalmente Cuba parece estar muriendo. Su cuerpo ya no encuentra defensas ante una enfermedad de tan larga data. Cada órgano se va depauperando, corroyéndose ante el cáncer de la traición y las promesas no cumplidas. La desidia, el absurdo y el odio han provocado la sepsis total.

La sociedad cubana ya no ríe. En estos momentos escoge morir y llorar las pérdidas. Prefiere fenecer aún respirando o lo que es lo mismo vivir sin sueños. Espero que la tristeza no se vuelva norma pero albergo la esperanza de que al menos sus causas llamen tanto la atención como la alegría de antaño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario