La geriátrica cúpula del poder en Cuba ahora pretende que los habitantes de la isla no esperen que el Estado les solucione todas las dificultades que padecen. La nueva idea surge después de cincuenta años de absoluto centralismo estatal. Esgrimen que los problemas deben ser solucionados por los afectados y no por aquellos que los originan que, en el caso de Cuba, es el propio Estado.
Quizá y dando muestra de una presunta demencia, Ramiro Valdés no comprende que indirectamente lo que está proponiendo es un sistema con otro tipo de propiedad. Parece que tampoco entiende que, sutil y epidérmicamente, está proponiendo un modelo de corte liberal. Valdés, sumiéndose más en el absurdo, propone que todos deben aportar con trabajo e ideas. Su proposición choca violentamente con un régimen que exige la incondicionalidad más sumisa y que no ha soportado nunca ideas contrarias.
En el caso de Cuba, el Estado no ha tenido su función típica de regulador de la sociedad civil. Por el contrario, ha sido brazo ejecutor de todas las atrocidades de la dictadura de los Castro. Milton Friedman abogaba, basándose en el caso de la dictadura chilena, que la liberalización del mercado acabaría con la centralización y control políticos, terminando inevitablemente en la democratización de la sociedad. El ideólogo del neoliberalismo ha encontrado un discípulo en medio del Caribe pero con la diferencia de que el Comandante no pretende dejar el poder ni sabe lo que dice. Valdés después de medio de siglo de control político, económico y social, pretende dejar huérfanos a los damnificados. La isla ya muestra índices de desigualdad social preocupantes, lo que se evidencia, entre otros fenómenos, en el dispar acceso a monedas fuertes y en la participación en el poder político. En cualquier lugar que impere un Estado de bienestar, es obligación del mismo encargarse de los más desfavorecidos. Paradojalmente, la revolución que pretendió ser el ícono de la igualdad ahora propone un llamado al “sálvese quién pueda”.
Quizá y dando muestra de una presunta demencia, Ramiro Valdés no comprende que indirectamente lo que está proponiendo es un sistema con otro tipo de propiedad. Parece que tampoco entiende que, sutil y epidérmicamente, está proponiendo un modelo de corte liberal. Valdés, sumiéndose más en el absurdo, propone que todos deben aportar con trabajo e ideas. Su proposición choca violentamente con un régimen que exige la incondicionalidad más sumisa y que no ha soportado nunca ideas contrarias.
En el caso de Cuba, el Estado no ha tenido su función típica de regulador de la sociedad civil. Por el contrario, ha sido brazo ejecutor de todas las atrocidades de la dictadura de los Castro. Milton Friedman abogaba, basándose en el caso de la dictadura chilena, que la liberalización del mercado acabaría con la centralización y control políticos, terminando inevitablemente en la democratización de la sociedad. El ideólogo del neoliberalismo ha encontrado un discípulo en medio del Caribe pero con la diferencia de que el Comandante no pretende dejar el poder ni sabe lo que dice. Valdés después de medio de siglo de control político, económico y social, pretende dejar huérfanos a los damnificados. La isla ya muestra índices de desigualdad social preocupantes, lo que se evidencia, entre otros fenómenos, en el dispar acceso a monedas fuertes y en la participación en el poder político. En cualquier lugar que impere un Estado de bienestar, es obligación del mismo encargarse de los más desfavorecidos. Paradojalmente, la revolución que pretendió ser el ícono de la igualdad ahora propone un llamado al “sálvese quién pueda”.
El Estado cubano después de tantos años siendo un padre severo, caprichoso y dominante, ahora quiere jubilarse. Este padre descalabró al país, lo sumió en la miseria y sólo dejó de herencia la desesperanza. Sus hijos no pueden agenciárselas solos porque simplemente él no le da espacios. Ese mal padre que ahora pretende mostrarse dadivoso enrostrando las migajas que ha dejado caer a sus hijos, debe de una vez morir. En paz o no, eso solo lo dirá la historia.