martes, 29 de septiembre de 2009

Mal Padre.

La geriátrica cúpula del poder en Cuba ahora pretende que los habitantes de la isla no esperen que el Estado les solucione todas las dificultades que padecen. La nueva idea surge después de cincuenta años de absoluto centralismo estatal. Esgrimen que los problemas deben ser solucionados por los afectados y no por aquellos que los originan que, en el caso de Cuba, es el propio Estado.

Quizá y dando muestra de una presunta demencia, Ramiro Valdés no comprende que indirectamente lo que está proponiendo es un sistema con otro tipo de propiedad. Parece que tampoco entiende que, sutil y epidérmicamente, está proponiendo un modelo de corte liberal. Valdés, sumiéndose más en el absurdo, propone que todos deben aportar con trabajo e ideas. Su proposición choca violentamente con un régimen que exige la incondicionalidad más sumisa y que no ha soportado nunca ideas contrarias.

En el caso de Cuba, el Estado no ha tenido su función típica de regulador de la sociedad civil. Por el contrario, ha sido brazo ejecutor de todas las atrocidades de la dictadura de los Castro. Milton Friedman abogaba, basándose en el caso de la dictadura chilena, que la liberalización del mercado acabaría con la centralización y control políticos, terminando inevitablemente en la democratización de la sociedad. El ideólogo del neoliberalismo ha encontrado un discípulo en medio del Caribe pero con la diferencia de que el Comandante no pretende dejar el poder ni sabe lo que dice. Valdés después de medio de siglo de control político, económico y social, pretende dejar huérfanos a los damnificados. La isla ya muestra índices de desigualdad social preocupantes, lo que se evidencia, entre otros fenómenos, en el dispar acceso a monedas fuertes y en la participación en el poder político. En cualquier lugar que impere un Estado de bienestar, es obligación del mismo encargarse de los más desfavorecidos. Paradojalmente, la revolución que pretendió ser el ícono de la igualdad ahora propone un llamado al “sálvese quién pueda”.

El Estado cubano después de tantos años siendo un padre severo, caprichoso y dominante, ahora quiere jubilarse. Este padre descalabró al país, lo sumió en la miseria y sólo dejó de herencia la desesperanza. Sus hijos no pueden agenciárselas solos porque simplemente él no le da espacios. Ese mal padre que ahora pretende mostrarse dadivoso enrostrando las migajas que ha dejado caer a sus hijos, debe de una vez morir. En paz o no, eso solo lo dirá la historia.


jueves, 24 de septiembre de 2009

“Inocencia” y liviandad.


A Juanes le bastaba un solo argumento para justificar la decisión de hacer un concierto en Cuba, lo haría porque simple y llanamente le daba la gana. Incluso no tendría que dar explicaciones. El cantor colombiano es un hombre libre – sin entrar en disquisiciones escapistas de filosofía barata sobre qué es la libertad- por tanto puede hacer uso de sus derechos, esos que los seres libres dan por sentados sin percatarse que pueden haber personas que no los tienen. Juanes podría pensar, a pesar de haber nacido en un país que padece una tragedia ya veterana, que todos los artistas o personas del mundo gozan de las mismas libertades que él.

El colombiano puede creer en lo que quiera, nadie nunca ha intentado arrebatarle sus creencias a la fuerza, ni le ha pautado lo que debe componer, ni le ha dicho en ese país no puedes tocar o en ese lugar no puedes vivir. Goza de las ventajas mínimas que otorga la libertad. Él, “inocentemente”, pudo haber pensado que hacer un concierto en Cuba sería como en cualquier otro lugar, porque desde su “inocencia”, allí las personas gozan de los mismos derechos a los que él está acostumbrado.

Llegado el momento del concierto, por obra y gracia del totalitarismo, Juanes se percata que lo han vigilado, que los cubanos son obligados a vestirse de una cierta manera, que en una dictadura a nadie le importa lo que diga o piense y que las lágrimas valen muy poco. Forma un pre show, se muestra molesto y - haciendo uso de su estatus de hombre libre- protesta sin el riesgo de que lo golpeen o encarcelen. Aún así continua, da el concierto para una masa toda vestida de blanco. El sol inclemente parece que le produce amnesia, no menciona ni una sola palabra de lo que ha sucedido, ni siquiera una metáfora insulsa, nada, no dice nada. Todos los artistas invitados hacen mover al público. Los allí presentes se mueven como un gran amasijo sudoroso, reivindicando los bailes nocturnos de los esclavos. Tambor y danzas para olvidar el látigo, para no llorar porque su llanto, al igual que el de Juanes y sus amigos, no le importa a nadie.

Juanes regresa a su mundo lleno de derechos y no explica nada. Qué importa que en Cuba vigilen a las personas, que no tengan ni el derecho de ir a un concierto vestidos como quieran, que el país esté destruido, que la mayoría de las familias vivan separadas por un exilio inevitable, que una protesta pacífica sea suficiente para encarcelarte. Lo importante es que ahora Juanes es más famoso. Espero que al menos escriba una canción reivindicativa, aunque sea llena de vericuetos con dobles lecturas, algo que demuestre que todo esto no ha sido un acto oportunista y que ha aprendido la lección.

Todos fueron al concierto – a la fuerza o no- vestidos de blanco pero lo cierto es que el alma de la nación viste una camisa negra por el luto que provoca cincuenta años de dictadura.