sábado, 6 de febrero de 2010

Necesitamos inspiración.

Después del dramático fracaso de la revolución cubana, los isleños hemos perdido la capacidad de crear y creer en sueños colectivos. Ningún objetivo nos une como nación. El desmembramiento de la sociedad cubana provocado por la dura necesidad del exilio y la manipulación dictatorial, ha borrado cualquier posibilidad de unirnos en aras de un bien común.

El lógico deseo del fin de la dictadura tampoco nos une. La intención de acabar con medio siglo de atropellos y desgracias, se atasca en el fango que provoca la mezcla del oportunismo, la liviandad, el radicalismo ciego y la falta de una alternativa pensada, al mismo tiempo que viable. Ni siquiera una de nuestras religiones preferidas – la pelota- puede aglutinarnos. El equipo Cuba post revolución, entrampado en la politización, nunca ha fungido como una selección nacional que represente las expectativas de todos.

En la película Invictus, se recrea como Mandela y el equipo de rugby sudafricano pudo unir a un país dividido por lacerantes y profundas heridas. El personaje que encarna a Mandela, propone que la esquiva y difícil unidad sólo se puede lograr partiendo del ejercicio del perdón y generando inspiración. Finalmente, el equipo sudafricano gana la copa mundial, pero el verdadero trofeo fue conseguir que toda Sudáfrica creyera que un sueño común era posible.

Cuba necesita de lo mismo. Más que un líder que sea el catalizador del milagro, es necesario que recuperemos la capacidad de soñar como nación. El tipo de quimera poco importaría siempre que nos saque del lodo de cincuenta años de desencuentros. Una selección nacional de pelota que incluya a los jugadores cubanos de todas las latitudes y que permita recuperar la calidad de antaño podría ser un bonito comienzo. Un equipo Cuba democrático que gane campeonatos que satisfagan a todos, es un sueño en el que muchos nos aventuraríamos a creer. Para que ese deseo se haga realidad los cubanos deberíamos inspirarnos en las palabras con que finaliza la película: ser amos de nuestro destino y capitanes de nuestras almas.

PD. Le apuesto a Ichi un lechón asado a que Morgan Freeman gana el Oscar. En agosto viajo a Miami para saldar la apuesta.

El equipo de Rugby argentino con la nación tatuada en el alma.

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