Hace veinte años el muro que dividía Berlín fue destruido. Miles de personas golpeaban la larga muralla ejecutando lo inevitable. La ideología comunista había sucumbido después de 70 años ante el “demoníaco” capitalismo y su arma principal: el libre mercado.
Alemania – y el mundo- estuvieron divididos por esta pared. En Cuba solo conocíamos la parte oriental del muro. Era como una moneda que solo tenía cruz; al tirarla, siempre había una sola opción. A los alemanes de la RDA los asumíamos como más potables que los “bolos” (nombre caribeño que acuñamos a los rusos, perdón, quise decir soviéticos). Los programas televisivos que de ahí venían eran un poco más entretenidos. Recuerdo el famoso ballet de televisión de la RDA cuyo nombre era impronunciable y ahora para mi inescribible. Sus espectaculares bailarinas con plumas en la cabeza bailando música “moderna” en el característico idioma de los teutones. Su acoplamiento era deslumbrante, mas aún si lo comparábamos con el doméstico ballet de Cristi Domínguez y las hormigas locas del ICRT.
También recuerdo de uno de los lados del muro, a Marita Koch, una corredora rubia con cuerpo de negro. Lo digo en masculino para acentuar que su aún record vigente probablemente se debió al uso de sustancias prohibidas. Su cuerpo era una mezcla de Ben Johnson con la cabeza de Alicia Alonso. Aunque no se crea era igual de fea que la bailarina. Nunca he podido olvidar la estética pelambre de sus axilas.
Otra cosa que albergo en mis memorias sobre la RDA es el payaso Ferdinando. Creo que este artista fue una de las principales causas de la caída del muro. No recuerdo algo tan aburrido y tan poco ajustable al Caribe. Su mímica era una metáfora de la mordaza a la libre expresión que se usa en los regimenes comunistas. Los niños, tanto cubanos como alemanes, que fueron sometidos a su embrujo inevitablemente necesitaron romper un muro o subirse en una balsa.
Como última remembranza de la Alemania oriental, atesoro a las motos TZ. Eran la versión comunista de las Harley Davidson. Los cubanos que trabajaban en la RDA podían llevar a la isla estas flamantes motos. Hasta hoy son signo de estatus. Han pasado de manos trabajadoras a expertos jineteros o traficantes de todo tipo. En ellas más de una puta cubana ha recibido -en una de sus piernas- el caliente recuerdo del tubo de escape.
Alemania – y el mundo- estuvieron divididos por esta pared. En Cuba solo conocíamos la parte oriental del muro. Era como una moneda que solo tenía cruz; al tirarla, siempre había una sola opción. A los alemanes de la RDA los asumíamos como más potables que los “bolos” (nombre caribeño que acuñamos a los rusos, perdón, quise decir soviéticos). Los programas televisivos que de ahí venían eran un poco más entretenidos. Recuerdo el famoso ballet de televisión de la RDA cuyo nombre era impronunciable y ahora para mi inescribible. Sus espectaculares bailarinas con plumas en la cabeza bailando música “moderna” en el característico idioma de los teutones. Su acoplamiento era deslumbrante, mas aún si lo comparábamos con el doméstico ballet de Cristi Domínguez y las hormigas locas del ICRT.
También recuerdo de uno de los lados del muro, a Marita Koch, una corredora rubia con cuerpo de negro. Lo digo en masculino para acentuar que su aún record vigente probablemente se debió al uso de sustancias prohibidas. Su cuerpo era una mezcla de Ben Johnson con la cabeza de Alicia Alonso. Aunque no se crea era igual de fea que la bailarina. Nunca he podido olvidar la estética pelambre de sus axilas.
Otra cosa que albergo en mis memorias sobre la RDA es el payaso Ferdinando. Creo que este artista fue una de las principales causas de la caída del muro. No recuerdo algo tan aburrido y tan poco ajustable al Caribe. Su mímica era una metáfora de la mordaza a la libre expresión que se usa en los regimenes comunistas. Los niños, tanto cubanos como alemanes, que fueron sometidos a su embrujo inevitablemente necesitaron romper un muro o subirse en una balsa.
Como última remembranza de la Alemania oriental, atesoro a las motos TZ. Eran la versión comunista de las Harley Davidson. Los cubanos que trabajaban en la RDA podían llevar a la isla estas flamantes motos. Hasta hoy son signo de estatus. Han pasado de manos trabajadoras a expertos jineteros o traficantes de todo tipo. En ellas más de una puta cubana ha recibido -en una de sus piernas- el caliente recuerdo del tubo de escape.
El muro cayó, mejor dicho, lo tumbaron la represión, la ineficiencia económica y el totalitarismo típico de las sociedades comunistas. Todo no fue tan malo. En Cuba aprendimos que no se puede ser toda la vida un payaso mudo, a que no siempre hay que correr más rápido y que en una moto – sin libertad- no se va a ninguna parte.
El payaso Ferdinando