Muy pocas personas dudan sobre las atrocidades cometidas por diferentes dictaduras. Salvo rarísimas excepciones, hechos como el genocidio nazi, la represión estalinista , las desapariciones y torturas en Chile y Argentina no son discutidos ni desmentidos por nadie. Entonces, qué pasa con el caso cubano.
La revolución cubana nació como una utopía de igualdad que muy tempranamente fue empañada por los excesos de violencia. Primero fueron los fusilamientos masivos que se convirtieron en las guillotinas revolucionarias de mediados del siglo XX. Después, la persecución por las inclinaciones sexuales, las creencias religiosas o políticas. El discurso de Fidel Castro siempre ha sido beligerante y agresivo. Su dominación ha sido sustentada por mantener un supuesto estado de guerra que ha ido desde la crisis de los mísiles en el año 1962 hasta la senil batalla de ideas en la actualidad. A pesar de estos antecedentes –de manera general y tanto dentro como fuera de la isla- siempre se ha dudado de los métodos represivos, intolerantes y violentos de la dictadura castrista.
Fidel Castro ha sido un manipulador por excelencia. El uso brutal de los medios de comunicación y su maquinaria ideológica de control absoluto, han sido la principal forma de represión. Ha logrado hipnotizar al público de manera tal que muchos no logran ver lo evidente. Para lograrlo ha usado como herramientas propagandistas supuestos logros en determinadas áreas estratégicas de carácter social –como la masificación deportiva, la salud preventiva o el acceso educacional- que países del tercer mundo no podían soñar tener. Lo anterior, sumado al romanticismo revolucionario, ha servido para que la cruda realidad cubana resultara invisible a los ojos comunes.
Por estas razones mantener una posición anti-castrista, aún fuera de la isla, es una actitud muchas veces repudiada. Disentir o claramente estar en contra de la dictadura cubana, supone frecuentemente recibir el epíteto preferido por la intolerancia castrista: gusano. En esto también juega un papel fundamental el oportunismo de personas sin escrúpulos. Aunque víctimas también de un sistema totalitario, por intereses personales pedestres o por simple cobardía, muchos emigrados cubanos disfrazan la realidad isleña. Juguetean con la izquierda internacional usufructuando de la barbarie dictatorial, empapelan sus casas con fotos del Che Guevara y “blanquean” la imagen de Fidel Castro, buscando establecer redes que les permitan escalar en la escabrosa pirámide del capitalismo y la libre competencia. Convierten la legítima posibilidad de ganarse un lugar en otra parte de manera digna y libre, en un acto oportunista que les permita almorzar con Dios y cenar con el Diablo.
La revolución cubana nació como una utopía de igualdad que muy tempranamente fue empañada por los excesos de violencia. Primero fueron los fusilamientos masivos que se convirtieron en las guillotinas revolucionarias de mediados del siglo XX. Después, la persecución por las inclinaciones sexuales, las creencias religiosas o políticas. El discurso de Fidel Castro siempre ha sido beligerante y agresivo. Su dominación ha sido sustentada por mantener un supuesto estado de guerra que ha ido desde la crisis de los mísiles en el año 1962 hasta la senil batalla de ideas en la actualidad. A pesar de estos antecedentes –de manera general y tanto dentro como fuera de la isla- siempre se ha dudado de los métodos represivos, intolerantes y violentos de la dictadura castrista.
Fidel Castro ha sido un manipulador por excelencia. El uso brutal de los medios de comunicación y su maquinaria ideológica de control absoluto, han sido la principal forma de represión. Ha logrado hipnotizar al público de manera tal que muchos no logran ver lo evidente. Para lograrlo ha usado como herramientas propagandistas supuestos logros en determinadas áreas estratégicas de carácter social –como la masificación deportiva, la salud preventiva o el acceso educacional- que países del tercer mundo no podían soñar tener. Lo anterior, sumado al romanticismo revolucionario, ha servido para que la cruda realidad cubana resultara invisible a los ojos comunes.
Por estas razones mantener una posición anti-castrista, aún fuera de la isla, es una actitud muchas veces repudiada. Disentir o claramente estar en contra de la dictadura cubana, supone frecuentemente recibir el epíteto preferido por la intolerancia castrista: gusano. En esto también juega un papel fundamental el oportunismo de personas sin escrúpulos. Aunque víctimas también de un sistema totalitario, por intereses personales pedestres o por simple cobardía, muchos emigrados cubanos disfrazan la realidad isleña. Juguetean con la izquierda internacional usufructuando de la barbarie dictatorial, empapelan sus casas con fotos del Che Guevara y “blanquean” la imagen de Fidel Castro, buscando establecer redes que les permitan escalar en la escabrosa pirámide del capitalismo y la libre competencia. Convierten la legítima posibilidad de ganarse un lugar en otra parte de manera digna y libre, en un acto oportunista que les permita almorzar con Dios y cenar con el Diablo.
Pero ahora, con la ayuda de la tecnología y gracias a la valentía de un grupo de cubanos que viven en la isla, se desnudan como nunca las mentiras castristas. Cada vez más lo evidente se abre paso entre la manipulación y el oportunismo de malos cubanos. Sólo queda pedir algo más que fe porque lo que se pretende mostrar es algo real, crudo y palpable. El sufrimiento del pueblo cubano y las atrocidades del tirano deben ser conocidas por el mundo. Repudiarlas ya es parte de la libertad personal pero no negarlas es un acto de honestidad ineludible.
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