Las iglesias cristianas cubanas, tanto protestantes como católicas, siempre han tenido posiciones algo tímidas respecto de la dictadura castrista. En algunos casos sus actitudes han rozado el ridículo, resultando casi inevitable no pensar en algún tipo de oportunismo institucional. En los primeros años del gobierno revolucionario las relaciones con la iglesia católica tuvieron amargos episodios que devinieron en una especie de tregua en la guerra por el Dios a venerar, Marx o el de siempre.
Inevitablemente se impuso el alemán y la jerarquía católica se limitó a patalear por la preponderancia perdida. Con vocación de plañidera, lamentaba los preciados bienes arrebatados mientras Cuba se hundía en el descalabro valórico al que solo conduce la falta de libertades elementales. Las iglesias cerraron sus puertas, quizá esperando días mejores o a lo mejor aguardando por el fin de los tiempos. Castro se hizo con la mayoría de almas, corderos que habían sido abandonados por sus pastores.
El tiempo trajo la caída del dios adoptado. El comunismo sucumbió como una epidemia ante la vacuna del sagrado mercado. El dictador caribeño, inescrupuloso por excelencia, centró su mirada nuevamente en las instituciones religiosas. Le dio preponderancia a las protestantes, al fin y al cabo podía validar a Lutero como un agente subversor de los poderes establecidos y estas iglesias nunca habían sido rivales directos. El papel de los líderes protestantes se volvió patético, en aras de degustar un pedazo ínfimo del pastel del poder, se volvieron un elemento más del circo castrista. Es difícil olvidar a Raúl Suárez, por esa época presidente del Consejo Ecuménico cubano, como único votante público en contra de la pena de muerte en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
En esos tiempos de acercamiento, la iglesia católica se limitó a servir de intermediaria entre la opresión y la caridad mundial. Comenzó a repartir, fuertemente vigilada, las ayudas internacionales que pretendían aliviar la crisis del pueblo cubano, una crisis en la que ellos hicieron muy poco por evitar. A diferencia de otros países del continente, donde la iglesia católica fue un actor fundamental en la lucha contra las dictaduras locales – como es el caso de Chile- la cubana ha tenido una actitud pasiva, contemplativa y de poco compromiso con el sufrimiento de sus seguidores. Ahora, cuando el poder da señales de debilidad, aparece como salvadora y comprometida. El Castro menor crea la ilusión de que cede, la iglesia de que interviene. ¿Cuáles son las monedas de cambio? Solo Dios lo sabe. Esperemos que no sea el alma de la nación cubana.
Inevitablemente se impuso el alemán y la jerarquía católica se limitó a patalear por la preponderancia perdida. Con vocación de plañidera, lamentaba los preciados bienes arrebatados mientras Cuba se hundía en el descalabro valórico al que solo conduce la falta de libertades elementales. Las iglesias cerraron sus puertas, quizá esperando días mejores o a lo mejor aguardando por el fin de los tiempos. Castro se hizo con la mayoría de almas, corderos que habían sido abandonados por sus pastores.
El tiempo trajo la caída del dios adoptado. El comunismo sucumbió como una epidemia ante la vacuna del sagrado mercado. El dictador caribeño, inescrupuloso por excelencia, centró su mirada nuevamente en las instituciones religiosas. Le dio preponderancia a las protestantes, al fin y al cabo podía validar a Lutero como un agente subversor de los poderes establecidos y estas iglesias nunca habían sido rivales directos. El papel de los líderes protestantes se volvió patético, en aras de degustar un pedazo ínfimo del pastel del poder, se volvieron un elemento más del circo castrista. Es difícil olvidar a Raúl Suárez, por esa época presidente del Consejo Ecuménico cubano, como único votante público en contra de la pena de muerte en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
En esos tiempos de acercamiento, la iglesia católica se limitó a servir de intermediaria entre la opresión y la caridad mundial. Comenzó a repartir, fuertemente vigilada, las ayudas internacionales que pretendían aliviar la crisis del pueblo cubano, una crisis en la que ellos hicieron muy poco por evitar. A diferencia de otros países del continente, donde la iglesia católica fue un actor fundamental en la lucha contra las dictaduras locales – como es el caso de Chile- la cubana ha tenido una actitud pasiva, contemplativa y de poco compromiso con el sufrimiento de sus seguidores. Ahora, cuando el poder da señales de debilidad, aparece como salvadora y comprometida. El Castro menor crea la ilusión de que cede, la iglesia de que interviene. ¿Cuáles son las monedas de cambio? Solo Dios lo sabe. Esperemos que no sea el alma de la nación cubana.
La religión en el futuro de la religión de Cuba.
ResponderEliminarCuando lo que hay en Cuba desaparezca, creo que el catolicismo tendrá a Cuba "en propiedad" y conquista de hegemonía pero en lucha con los testigos de Jehová. Éstos se han ganado el meritorio "medallaje" de haber sido de los más perseguidos , por su antibelicismo radical y sobre todo por su hábito de entrar a hablar en privado en las casas.
Todas ellas atacarán a la santería, y los evangélicos los que más, pero de momento no entrarán en Cuba con mucha fuerza. Predican violentamente contra los santos y los ritos y el culto a las vírgenes todas, lo cual los hará impopulares. El evangelismo es el terror de esas dos, pero ni creo que entre en Cuba, porque allí hay poco diezmo que rascar.
En Brasil se hacen fuertes pese a las capas de pobreza, porque "el Señor" ( sobre todo el pastor) se conforma con la décima parte, y no importa si es 1 centavo e cien o 100 millones de 1000.
De no ser por su amor al dinero y su indiferencia frente a la pobreza el evangelismo es la que más cercana a la verdad, con su renuencia a besar sotanas ni confesarse con ellos ni postrarse ante señores ya que sólo dios basta.
Nosotros en Europa estamos más salvo que los americanos en cuanto al islamismo de la sociedad . Si a ellos los protegió del marxismo ateo su arraigada religiosidad, es esta religiosidad norteamericana la que abre les abre el camino. Los enfoques del estado frente a las religiones son diametralmente opuestos a Europa. Mientras que allí el estado interviene para asegurar la máxima expresión de la religiosidad para alejar el ateísmo, aquí se interviene para minimizarla y el ateísmo es visto como un bien.
Yo creo que hay aumento de la delincuencia porque sin enseñanzas laicas de ética ni el miedo religioso el delincuente no se siente culpabilizado por delinquir.