A Danays Bautista
Cantaba en los pasillos del metro. El mundo le llegaba sin imágenes, a través de sensaciones oscuras. Ella devolvía sus impresiones con acordes de guitarra y cantos. Entre multitudes que corren sin sentido colaba su voz, su figura voluptuosa de caribeña errante. Allí estaba, lejos de una realidad donde el odio de un traidor convirtió al presente en un invidente incapaz de imaginar un futuro.
Saltó desde una falacia de medio siglo, ángel caído del paraíso inventado, desde la mentira más burda, desde el desgarro absoluto. Vino a una ciudad ajena víctima de la miseria provocada, con más desventajas de las que ya le tocaban. Cantaba por limosnas, retribuciones que toman el sentido de la libertad, de la esperanza. Huyó desde la utopía abortada, ahora la suerte se empeña en cercenarle la felicidad, pero su canto se ha hecho grande. Su vida es una denuncia, otra vergüenza para la atrocidad del castrismo.
Cantaba en los pasillos del metro. El mundo le llegaba sin imágenes, a través de sensaciones oscuras. Ella devolvía sus impresiones con acordes de guitarra y cantos. Entre multitudes que corren sin sentido colaba su voz, su figura voluptuosa de caribeña errante. Allí estaba, lejos de una realidad donde el odio de un traidor convirtió al presente en un invidente incapaz de imaginar un futuro.
Saltó desde una falacia de medio siglo, ángel caído del paraíso inventado, desde la mentira más burda, desde el desgarro absoluto. Vino a una ciudad ajena víctima de la miseria provocada, con más desventajas de las que ya le tocaban. Cantaba por limosnas, retribuciones que toman el sentido de la libertad, de la esperanza. Huyó desde la utopía abortada, ahora la suerte se empeña en cercenarle la felicidad, pero su canto se ha hecho grande. Su vida es una denuncia, otra vergüenza para la atrocidad del castrismo.
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