La gracia fundamental del cristianismo radica en el perdón. Siempre es conveniente tener bajo la manga el as de la redención. Los malos comportamientos deberían ser borrados con un último y apurado arrepentimiento. La trampa está en que hasta ahora no existe prueba de que el ardid resulte. Nadie ha recibido mensajes como “Coñooo, me salvé” o “Me embarcaron, ahora estoy – literalmente- en llamas por toda la eternidad”.
Fidel Castro aprendió bien la lección en el conspicuo colegio católico donde estudió. Aparte de ser un artista en prometer cosas sólo comprobables después de la muerte, también ha usado las herramientas del pecado y el perdón con maligna astucia. Los pecados casi siempre conllevan sentimientos de culpa y ésta inevitablemente reprime el comportamiento mientras se busca el ansiado perdón. El castrismo se ha empeñado en crear un manto de culpabilidad sobre la sociedad cubana. Ha construido un tejado de cristal sobre los cubanos y es lógico que nadie se atreve a lanzar pedradas.
La revolución cubana fue una máquina de circunstancias extremas y embriagantes. Mientas el dictador elucubraba cómo eternizarse en el poder, la mayoría del pueblo cubano se involucraba en los nuevos tiempos. Así comenzaron a caer sobre los cubanos todo tipo de culpas, que más tarde los privaría de usar el derecho a reclamo. Una victoria deportiva dedicada al líder, una canción, un discurso, ser elegido símbolo de la represión por interpretar el personaje de una serie de televisión popular, se convirtieron en pecados que colocaron a muchos en la espera interminable del perdón.
En el caso de Cuba hay pecados de variadas calañas, algunos impuestos y otros asumidos por propia decisión. El impacto negativo de ellos determinará cuál será el castigo de quien los cometa. Algunos incluso ni califican para tal denominación. Marquetti le adjudicó a la revolución la autoría de unos de sus jonrones más famosos. También estuvo en la batalla de Girón – Bahía de Cochinos para el que así lo quiera- y sin embargo creo que nadie lo recuerda por eso. Para mí y otros muchos, ha sido el mejor primera base de los Industriales, el de los batazos decisivos, el ídolo del número cuarenta en su espalda. El pelotero ya está perdonado. Otros con semejantes pecados deben mirarse en su espejo y vencer la culpabilidad. Los de los pecados horrendos tendrán que seguir esperando por el castigo.
Fidel Castro aprendió bien la lección en el conspicuo colegio católico donde estudió. Aparte de ser un artista en prometer cosas sólo comprobables después de la muerte, también ha usado las herramientas del pecado y el perdón con maligna astucia. Los pecados casi siempre conllevan sentimientos de culpa y ésta inevitablemente reprime el comportamiento mientras se busca el ansiado perdón. El castrismo se ha empeñado en crear un manto de culpabilidad sobre la sociedad cubana. Ha construido un tejado de cristal sobre los cubanos y es lógico que nadie se atreve a lanzar pedradas.
La revolución cubana fue una máquina de circunstancias extremas y embriagantes. Mientas el dictador elucubraba cómo eternizarse en el poder, la mayoría del pueblo cubano se involucraba en los nuevos tiempos. Así comenzaron a caer sobre los cubanos todo tipo de culpas, que más tarde los privaría de usar el derecho a reclamo. Una victoria deportiva dedicada al líder, una canción, un discurso, ser elegido símbolo de la represión por interpretar el personaje de una serie de televisión popular, se convirtieron en pecados que colocaron a muchos en la espera interminable del perdón.
En el caso de Cuba hay pecados de variadas calañas, algunos impuestos y otros asumidos por propia decisión. El impacto negativo de ellos determinará cuál será el castigo de quien los cometa. Algunos incluso ni califican para tal denominación. Marquetti le adjudicó a la revolución la autoría de unos de sus jonrones más famosos. También estuvo en la batalla de Girón – Bahía de Cochinos para el que así lo quiera- y sin embargo creo que nadie lo recuerda por eso. Para mí y otros muchos, ha sido el mejor primera base de los Industriales, el de los batazos decisivos, el ídolo del número cuarenta en su espalda. El pelotero ya está perdonado. Otros con semejantes pecados deben mirarse en su espejo y vencer la culpabilidad. Los de los pecados horrendos tendrán que seguir esperando por el castigo.
A esos tipos en mi pueblo les dicen "Desfondaos" o "Desfuacataos" y "Aguacates"; creo que más que perdón, necesitan de unos pespuntes... Digo ---sin ser Diego---
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