Argumentar que el paupérrimo desempeño del béisbol cubano en los últimos años se debe a la emigración de sus figuras más talentosas me parece simplista. El éxodo de deportistas podría influir en resultados puntuales –por ejemplo, el fracaso de un campeonato por la súbita pérdida de jugadores vitales - pero no ocasionar daños a tan largo plazo y de gran envergadura.
El futbol argentino y el brasileño sufren constantemente la emigración de los mejores jugadores. Este hecho, sin embargo, no ha evitado que ambos países continúen siendo potencias mundiales en este deporte. Según la verborrea discursiva del gobierno de La Habana, el saqueo por parte de los países ricos del talento regional es lo que evita que el deporte “pobre” obtenga buenos resultados. Otra gran mentira.
En el caso de Argentina existe un trabajo de cantera que garantiza la mantención de la calidad. El éxodo de jugadores es un fenómeno conocido y por tanto se puede controlar y planificar. Por otra parte, la venta de deportistas es una de las fuentes principales de ingresos para la industria futbolera. Lejos de perjudicar la actividad es beneficioso que Argentina sea una exportadora de jugadores. Lo que se hace en las divisiones inferiores del futbol argentino no solo es captar y mejorar la técnica de incipientes talentos, también tiene una función social importante. Brindan –además de la oportunidad de brillar deportivamente- un apoyo educativo que sirve al menos para superar la pobreza de aquellos que no logran llegar al estrellato. Estos programas se financian parcialmente con los beneficios que se obtienen de la exportación de jugadores.
El caso cubano ya tiene problemas profundamente estructurales. Por años se han seguido métodos de entrenamiento ya arcaicos y copiados a los Soviéticos, que por su parte han obtenido buenos resultados en la mayoría de los deportes menos en el béisbol. La dictadura castrista también ha arruinado la calidad beisbolera cubana con la politización y manipulación extremas. Al igual que en la economía nacional, los “experimentos” de los Castro han causado el descalabro de la industria deportiva cubana. Recuerdo cuando empezaron con el tema del entrenamiento en la altura y las consecuencias que trajo la locura para algunos peloteros. Después de vivir a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, el gran bateador Orestes Kindelán estuvo como un mes tratando de recuperar su forma física y así la fuerza que le permitía conectar jonrones.
En Cuba el trabajo de cantera prácticamente ya no existe. Como en el paraíso comunista la pobreza es irreal, ya no se busca el talento en los barrios marginales. De esos mismos barrios en otras latitudes salieron Pelé, Maradona y Garrincha. La pelota de manigua, esa que se jugaba descalzo y sin careta el catcher, ha desaparecido. El desmembramiento inevitable de un proyecto ideológico insostenible también ha influido en la ruina de la pelota cubana. Todo en la isla se ha ido derrumbando y con ello también ha ido muriendo nuestra pasión deportiva por excelencia. Mientras tanto no queda otra que seguir viendo brillar a nuestros peloteros desde lejos, a la espera de un batazo salvador que inevitablemente tendremos que dar nosotros mismos.
El futbol argentino y el brasileño sufren constantemente la emigración de los mejores jugadores. Este hecho, sin embargo, no ha evitado que ambos países continúen siendo potencias mundiales en este deporte. Según la verborrea discursiva del gobierno de La Habana, el saqueo por parte de los países ricos del talento regional es lo que evita que el deporte “pobre” obtenga buenos resultados. Otra gran mentira.
En el caso de Argentina existe un trabajo de cantera que garantiza la mantención de la calidad. El éxodo de jugadores es un fenómeno conocido y por tanto se puede controlar y planificar. Por otra parte, la venta de deportistas es una de las fuentes principales de ingresos para la industria futbolera. Lejos de perjudicar la actividad es beneficioso que Argentina sea una exportadora de jugadores. Lo que se hace en las divisiones inferiores del futbol argentino no solo es captar y mejorar la técnica de incipientes talentos, también tiene una función social importante. Brindan –además de la oportunidad de brillar deportivamente- un apoyo educativo que sirve al menos para superar la pobreza de aquellos que no logran llegar al estrellato. Estos programas se financian parcialmente con los beneficios que se obtienen de la exportación de jugadores.
El caso cubano ya tiene problemas profundamente estructurales. Por años se han seguido métodos de entrenamiento ya arcaicos y copiados a los Soviéticos, que por su parte han obtenido buenos resultados en la mayoría de los deportes menos en el béisbol. La dictadura castrista también ha arruinado la calidad beisbolera cubana con la politización y manipulación extremas. Al igual que en la economía nacional, los “experimentos” de los Castro han causado el descalabro de la industria deportiva cubana. Recuerdo cuando empezaron con el tema del entrenamiento en la altura y las consecuencias que trajo la locura para algunos peloteros. Después de vivir a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, el gran bateador Orestes Kindelán estuvo como un mes tratando de recuperar su forma física y así la fuerza que le permitía conectar jonrones.
En Cuba el trabajo de cantera prácticamente ya no existe. Como en el paraíso comunista la pobreza es irreal, ya no se busca el talento en los barrios marginales. De esos mismos barrios en otras latitudes salieron Pelé, Maradona y Garrincha. La pelota de manigua, esa que se jugaba descalzo y sin careta el catcher, ha desaparecido. El desmembramiento inevitable de un proyecto ideológico insostenible también ha influido en la ruina de la pelota cubana. Todo en la isla se ha ido derrumbando y con ello también ha ido muriendo nuestra pasión deportiva por excelencia. Mientras tanto no queda otra que seguir viendo brillar a nuestros peloteros desde lejos, a la espera de un batazo salvador que inevitablemente tendremos que dar nosotros mismos.
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