Impensables podían parecer todavía hace algunos años las medidas recientemente tomadas por el gobierno cubano. El despido paulatino de medio millón de trabajadores es una muestra más de la crisis sistémica que atraviesa la sociedad cubana. Al lado de la impopular medida, el gobierno abre nuevamente la posibilidad del cuentapropismo, aprobando la realización de un conjunto de actividades, en su mayoría del sector de los servicios, aparentemente como alternativa de reinserción laboral para los cientos de miles de trabajadores estatales que saldrán a la calle a partir del próximo año. Pero una cosa es recibir la noticia a más de mil kilómetros de distancia y otra muy distinta constatar las reacciones in situ que ella ha generado, al menos a primera vista.
Un amigo cubano me decía, “por mucho menos que eso en cualquier otro lugar del mundo la gente se hubiera tirado para la calle a protestar”. Y sin embargo, aquí en Cuba lo único que se ha multiplicado es el miedo y la filosofía del sálvese quien pueda. En efecto, cuando calmadamente compartes con amigos, conocidos o familiares, cada uno se hace eco del miedo social y la desesperanza que impera en la isla. Casi sin distinción, todos esperan que como resultado de estas medidas aumente de manera significativa la criminalidad y el vandalismo social de aquí a fines de año.
Profesionales jóvenes, con cierto conocimiento de la realidad social cubana y herramientas para su comprensión, entienden estas medidas como otras más de las que se han tomado en el último tiempo. Reconocen su envergadura y posibles efectos sociales adversos pero piensan que a la vuelta de seis meses se estará hablando de cualquier otra cosa y esto se habrá olvidado. Dicho así pareciera que la situación actual de Cuba ha llegado a un punto tal que, por impopular que sea una medida que a la larga afectará a todos, la gente echará mano de sus recursos y estrategias personales de sobrevivencia, dará vuelta a la página y seguirá pensando en cualquier otra cosa en lugar de la posibilidad de modificar las circunstancias y condiciones que dan origen al dramático escenario con que uno se topa al llegar a la isla.
Recordé entonces una tesis que me permitió comprender mejor el triunfo y consolidación de la alternativa revolucionaria en Cuba en cuanto proceso de subversión social. La existencia de un consenso de cambio favoreció efectivamente el apoyo a la vía revolucionaria a fines de los años cincuenta del siglo pasado. Este consenso expresaba no sólo las ansias de liberarse de una dictadura que a la mayoría molestaba en términos políticos, sino también de los frenos que ésta ponía a las ansias de movilidad social, bienestar económico, así como los reclamos de moralización social que la sociedad cubana había acumulado durante su existencia republicana. La fragilidad de la memoria social y el miedo son los peores enemigos de cualquier proyecto de cambio social. Ambos factores corroen no solo a la persona sino también al entramado o tejido social. Si no somos capaces siquiera de ponernos de acuerdo en lo que no queremos, cada vez se hace más incierto articular cualquier atisbo de consenso de cambio del estado de cosas en la Cuba actual. Mi pregunta final es, ¿qué más tendremos que esperar?
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