Elia Kazan fue un excelente director de cine. También fue un traidor. Durante el macartismo denunció a sus compañeros de oficio para salvar el pellejo propio. Toda su grandeza artística quedó opacada por la traición cometida. Cuando se le otorgó el Oscar premiando su trayectoria, muchos no estuvieron de acuerdo y lo demostraron sin tan siquiera aplaudirle en la ceremonia de entrega de los premios. Para la mayoría primó el comportamiento valórico por sobre el artístico.
En Cuba muchos artistas han sido igual de traidores. Puede ser que no hayan denunciado a alguien en específico pero ocultar, amparar o defender una dictadura es una traición a gran escala. No basta con cometer tal insulto ético, sino que ahora van a mostrar su “arte” al lugar donde vive el exilio cubano más radical y quizá también el más maltratado. Sus espectáculos siguen siendo otra manera de ocultar la miseria y el sufrimiento del pueblo isleño. No importa si firmaron una carta que justifica un fusilamiento, si adoran a Fidel Castro, o si mueven los culos desenfrenadamente para mejorarse la vida, mostrando una Cuba que solo existe en sus cerebros llenos de cadenas de oro y ropa Dolce & Gabbana. Todos cargan con la misma cuota de culpabilidad.
Paradojalmente todos los que ahora gozan de los beneficios de actuar en Miami, han sido defensores del horror que comandan los Castro. Hablan de puentes, de ausencia de criterios políticos cuando en muchas ocasiones apoyaron al creador del abismo y de la politización total. Desde la liviandad oportunista, aprovechan cualquier resquicio para sacar dividendos personales aunque éstos sean paupérrimos y sesgados por el amo dictatorial.
En Cuba muchos artistas han sido igual de traidores. Puede ser que no hayan denunciado a alguien en específico pero ocultar, amparar o defender una dictadura es una traición a gran escala. No basta con cometer tal insulto ético, sino que ahora van a mostrar su “arte” al lugar donde vive el exilio cubano más radical y quizá también el más maltratado. Sus espectáculos siguen siendo otra manera de ocultar la miseria y el sufrimiento del pueblo isleño. No importa si firmaron una carta que justifica un fusilamiento, si adoran a Fidel Castro, o si mueven los culos desenfrenadamente para mejorarse la vida, mostrando una Cuba que solo existe en sus cerebros llenos de cadenas de oro y ropa Dolce & Gabbana. Todos cargan con la misma cuota de culpabilidad.
Paradojalmente todos los que ahora gozan de los beneficios de actuar en Miami, han sido defensores del horror que comandan los Castro. Hablan de puentes, de ausencia de criterios políticos cuando en muchas ocasiones apoyaron al creador del abismo y de la politización total. Desde la liviandad oportunista, aprovechan cualquier resquicio para sacar dividendos personales aunque éstos sean paupérrimos y sesgados por el amo dictatorial.
Kazan pudo sortear su abyecta actitud por el gran talento que poseía. Muchos de los malos cubanos que siguen su ejemplo no tienen tal arma. Estos traidores tropicales podrían ser una inspiración póstuma para el director en su película Nido de ratas.
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