A principio de los años noventa se hicieron en La Habana varias versiones teatrales del cuento de Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre nuevo. En una de ellas, el personaje homosexual ante la dura decisión del exilio, enumeraba ciertas cosas sin las que le costaría mucho vivir. La lista incluía el hecho hilarante de ver repetidas veces la supuesta última actuación de Alicia Alonso. Efectivamente, la bailarina se oponía a dar por terminada su carrera. En las postrimerías de su trayectoria artística verla bailar era patético. Parecía una pava de muslos ya vencidos, daba tumbos buscando de manera infructuosa la clase y virtuosidad de otrora.
Ahora Fidel Castro pretende imitar el ejemplo de la añosa bailarina. Se opone testarudamente a desaparecer de escena. El público que en otras épocas lo adoró y que irracionalmente le perdona todos los excesos, en la actualidad quiere remitirlo definitivamente al mundo de los recuerdos. En una actitud protectora, inconscientemente buscan que el anciano dictador no siga acumulando lodo sobre su existencia. Como la bailarina, Castro insiste en no dejar las tablas desde las que, con sus manipuladoras actuaciones, sometió y laceró al pueblo cubano. Cada nueva aparición es una representación tragicómica que lo sitúa ya no solo como el tirano de siempre sino como un anciano senil que claramente balbucea incoherencias. Fotos y videos lo muestran con sonrisas forzadas que buscan suavizar la imagen prepotente que siempre lo acompañó, pretendiendo disimular la hosquedad de su expresión.
Ahora Fidel Castro pretende imitar el ejemplo de la añosa bailarina. Se opone testarudamente a desaparecer de escena. El público que en otras épocas lo adoró y que irracionalmente le perdona todos los excesos, en la actualidad quiere remitirlo definitivamente al mundo de los recuerdos. En una actitud protectora, inconscientemente buscan que el anciano dictador no siga acumulando lodo sobre su existencia. Como la bailarina, Castro insiste en no dejar las tablas desde las que, con sus manipuladoras actuaciones, sometió y laceró al pueblo cubano. Cada nueva aparición es una representación tragicómica que lo sitúa ya no solo como el tirano de siempre sino como un anciano senil que claramente balbucea incoherencias. Fotos y videos lo muestran con sonrisas forzadas que buscan suavizar la imagen prepotente que siempre lo acompañó, pretendiendo disimular la hosquedad de su expresión.
Por estos días y teniendo como maestro de ceremonias al demente presidente de Venezuela, se pretende que Castro haga una nueva aparición. Pobre favor le podría hacer el anciano a la nueva izquierda que gobierna mayoritariamente en América Latina. Lo único que conseguiría aportar serían maquiavélicos métodos para ejercer el poder de forma vitalicia y maligna. Pero ya no puede, su desvencijado cerebro chapotea en los delirios de grandeza y magnificadas viejas proezas. Trastabilla con frases sin sentido, imposibilitado de ejecutar las piruetas mediáticas de antaño. Sólo queda esperar que como Alicia Alonso, Castro definitivamente se aleje de los escenarios, para que tranquilamente sumido en su demencia reciba el escarnio de la historia.
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