Cuándo era niño, en mi casa teníamos un par de Azulejos. Un día decidimos liberarlos. Mi madre abrió la puerta de la jaula esperando que los pájaros buscaran desesperadamente volar libres. No fue así. Los animalitos se quedaron en su casa de alambre, repitiendo la rutina de volar de un palo a otro, oscilando de pared a pared, teniendo la seguridad de que el agua y la comida estarían garantizadas. En ellos había muerto la necesidad de la libertad.
Cuba lleva bajo dictaduras 58 años ininterrumpidos. En 1952 Batista se hizo con el poder por la fuerza y en 1959 Fidel Castro se lo arrebató usando también la fuerza pero esa vez vestida de nuevos uniformes y usando otra palabrería. Tantos años bajo gobiernos tiránicos han asesinado el instinto de libertad de los cubanos, ya no la entendemos como un sentimiento, como una necesidad vital. Vivir al límite de la sobrevivencia finalmente hace florecer lo peor del ser humano. Es por eso que la mayoría de los isleños les basta con tener el agua y la comida aseguradas, aunque sea un paupérrimo alpiste o agua podrida. Los reparos morales, éticos o valóricos están de más, como dice mi cuñado: nadie está para eso.
A veces la jaula de la dictadura se abre y los cubanos logramos volar. Ahora hay que agenciarse el sustento, volar en vientos duros, vivir en nidos extraños. Sobrevivir no es fácil, pero el premio de la libertad te empuja a lograrlo. El problema aparece cuando la fuerza que te impulsa se desconoce. ¿Cómo disfrutar de algo que ya se ha olvidado y que ya no sentimos? Ante esta ignorancia el vuelo se hace pesado, triste. Cuando la tempestad acontece ya no queremos seguir volando y amargamente añoramos la seguridad de la jaula, el escuálido pero seguro sustento.
Cuba lleva bajo dictaduras 58 años ininterrumpidos. En 1952 Batista se hizo con el poder por la fuerza y en 1959 Fidel Castro se lo arrebató usando también la fuerza pero esa vez vestida de nuevos uniformes y usando otra palabrería. Tantos años bajo gobiernos tiránicos han asesinado el instinto de libertad de los cubanos, ya no la entendemos como un sentimiento, como una necesidad vital. Vivir al límite de la sobrevivencia finalmente hace florecer lo peor del ser humano. Es por eso que la mayoría de los isleños les basta con tener el agua y la comida aseguradas, aunque sea un paupérrimo alpiste o agua podrida. Los reparos morales, éticos o valóricos están de más, como dice mi cuñado: nadie está para eso.
A veces la jaula de la dictadura se abre y los cubanos logramos volar. Ahora hay que agenciarse el sustento, volar en vientos duros, vivir en nidos extraños. Sobrevivir no es fácil, pero el premio de la libertad te empuja a lograrlo. El problema aparece cuando la fuerza que te impulsa se desconoce. ¿Cómo disfrutar de algo que ya se ha olvidado y que ya no sentimos? Ante esta ignorancia el vuelo se hace pesado, triste. Cuando la tempestad acontece ya no queremos seguir volando y amargamente añoramos la seguridad de la jaula, el escuálido pero seguro sustento.
Hace poco conocí a unos rumanos. Trabajadores y alegres, buenas personas. Emigrantes víctimas también del comunismo, pero de uno póstumo. Cuando murió Ceaucescu tenían apenas diez años. Crecieron con la jaula ya abierta pero el sentimiento de libertad no les fue heredado. Ahora añoran los tiempos de su dictador, dicen que “antes” había trabajo para todos, que había carencias pero todo estaba asegurado. Lo raro es que deseen condiciones que apenas conocieron. No reparan en la necesaria libertad, son como los lobos de zoológico que olvidaron el arte de cazar. Espero que los cubanos no añoremos al carcelero. Tengo esperanza que, al igual que el simpático personaje de Vampiros en la Habana, una llamada a la esencia del ser humano haga emanar lo que simplemente está dentro de nosotros.
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