Para animar el ambiente, aquí los dejo con el momento deportivo que me ha hecho más feliz. Que el 2010 nos traiga democracia, libertad, paz y sobre todo mucha jamaaaaaaaaaaaaaa!!!
Pd: Wispingui, seremos Industrialistas hasta que la Parca nos ponche.
Por la Sra. Kovacs
Mis estudiantes de Sociología en Chile son testigos de la deuda intelectual que tengo con mis antiguos profesores de Filosofía de la Universidad de La Habana. Siempre les comento que en aquellos difíciles años de la Cuba de principios de los noventas y en el contexto de la reapertura de la carrera de Sociología, ellos fueron capaces de provocar nuestra curiosidad intelectual. Evitaban con ello la complacencia o el desánimo con la ciencia social politizada que pretendían imponernos. Así generaron en aquel inquieto grupo de estudiantes las preguntas sin las que, como aprendería de Bourdieu más tarde, la Sociología deja de ser una ciencia que incomoda para convertirse en mera ingeniería social. Emilio Ichikawa fue uno de ellos. Con su particular estilo, irreverente e inquisidor, en ocasiones caótico, nos acompañó durante toda nuestra formación. A veces como amigo, las muchas como profesor. Me atrevo a compartir su intervención en calidad de jurado de nuestra tesis de licenciatura. Pese a la distancia y los quince años que nos separan de aquella ocasión, me alegro que esta grabación no haya sido –junto con las enseñanzas- una de las cosas que dejé en La Habana.
En medio siglo de dictatura, los cubanos, nos hemos acostumbrado a escuchar una sola voz que nos condicionó y obligó a creer que existe una forma única de pensamiento. Es por eso que a veces nos cuesta tanto entender las visiones diferentes. Fuimos educados en la cultura del odio y la intolerancia. Espero que este sea un sitio de respeto. Aquellos que no compartan las opiniones que aquí se expresan solo deben abstenerse de verlas. Es la mejor forma de demostrar que se respetan a sí mismos como seres humanos plenos.
Aquí les dejo una canción dedicada sobre todo a esos profesionales e intelectuales que contrabandean sus servicios, jugueteando con la ideología del terror construida por Fidel Castro.
Escrito por Daiquirí en un vuelo a Cuba, 4 de octubre de 2009.
Desde que salí de Cuba en el año 1995, he regresado a la isla en menos de una decena de oportunidades. Casi la mitad de ellas por desgracias familiares. Y aunque nada es comparable al dramático viaje de regreso por la enfermedad o muerte de un familiar querido, en cada ocasión contaba con la tranquilidad que, tras pasar los infortunios y amargos tragos de los trámites de inmigración en Cuba, a la salida me aguardaría el cálido abrazo de un ser querido. Tan solo ello me bastaba para, en cuestión de minutos, encontrar sentido a la odisea.
Pero ahora, ¿qué hago sentada en este avión atestado de turistas extranjeros y cubanos que exhiben orondos pasaportes de las nuevas nacionalidades adquiridas? ¿Qué sentido tiene para mi el retorno si en la isla nadie me espera? He tenido más de nueve horas para repasar cada uno de mis viajes de regreso. Ciertamente cada vez que regresaba eran menos los que me esperaban… además de las pérdidas vitales, en menos de una década mi familia y la gran mayoría de mis amigos se ha dispersado por el mundo, tratando de reconstruir sus vidas en otras geografías. Yo, que ahora podría cerrar el capítulo CUBA, lo reabro esta vez con otros propósitos, tan inciertos como el propio futuro de la isla. Algo de imperativo moral tiene este viaje. Pretendo aportar un pequeño grano de arena que promueva la sociedad civil de mi patria y la emancipación –al menos intelectual- de su gente. Creo que son razones de peso.
Pero estoy incómoda. Vuelvo ahora como extranjera en mi propia patria, a alojarme en los hoteles que antes no me estuvieron permitidos, a apoyar un proyecto local con el impedimento de mi inevitable desvínculo con la cotidianidad cubana, a gozar de pequeños-grandes privilegios que les están vedados al común de los cubanos. Tal vez muchos compatriotas anhelarían este viaje. Sin embargo, heme aquí, deambulando entre mil preguntas y pesares. Por momentos solo deseo poder volver a la casa de mi familia en la Habana Vieja y escuchar las voces y risas de los que ya no están…
Deambularé entonces como un fantasma por las calles de La Habana, sintiéndome tan extraña como en las otras ciudades que me ha tocado vivir o visitar. Trato de encontrar alguna respuesta que me permita comprender o dar sentido a toda esta absurda realidad. Ilusa sería si pretendiera hallarla siquiera en la ciencia. ¡Cuántas páginas gastadas en los estudios migratorios para que ninguno sea capaz de capturar el verdadero drama humano de medio siglo de familias cubanas separadas, de biografías fracturadas! ¿Cómo encontrar sentido a este viaje en el que encuentro mi casa vacía? Nadie me espera, sólo deseo que los recuerdos que estaban parados en cualquier esquina no hayan emigrado también.